30.1.06

[Cine-Historia-Política] Munich

1972. Aún no se han cumplido treinta años del fin de la Segunda Guerra Mundial. La República Federal Alemana deposita todos sus esfuerzos y sus esperanzas en la organización de los Juegos Olímpicos de Munich. Después de la tremenda labor de reconstrucción acometida por el pueblo alemán, la Olimpiada supone una oportunidad de redención, un intento de dejar atrás el recuerdo de Berlín ’36, todo un espectáculo de propaganda nazi. Ni siquiera los más pesimistas pueden imaginar la tragedia que se avecina.

Madrugada del 5 de septiembre. Después de una noche de marcha por Munich, los atletas de la delegación israelí duermen tranquilamente en sus habitaciones de la Villa Olímpica. Sobre las 4:40, ocho miembros del grupo terrorista palestino Septiembre Negro escalan la valla que rodea el complejo, armados con pistolas y granadas. Cuando abren la puerta del apartamento israelí, son sorprendidos por Moshe Weinberg, que da la alarma mientras forcejea con los terroristas. A él se une Joseph Romano, un rezagado de la salida nocturna que llega en ese momento a la Villa Olímpica. Ambos mueren en la pelea. Aprovechando la confusión, dos atletas escapan y otros ocho se esconden. Septiembre Negro captura nueve rehenes: David Berger, Ze’ev Freedman, Yossef Gutfreund, Eliezer Halfin, Andre Spitzer, Amitzur Shapira, Kehat Shorr, Mark Slavin y Yacov Springer.



Los integrantes del comando terrorista son Luttif Afif (el jefe del grupo), Yasuf Nasal, Afif Abmed Hamid, Khalid Jawad, Ahmed Chic Thaa, Mohammed Safady, Adnan Al-Gashey y su sobrino Jamal Al-Gashey. Exigen la inmediata excarcelación de 234 palestinos en Israel y 2 en Alemania, así como su posterior traslado a Egipto. En caso contrario, los atletas serán asesinados en el plazo de tres horas. El gobierno israelí se muestra inflexible: no habrá negociación. La gestión de la crisis queda en manos de las autoridades alemanas, con el canciller Willy Brandt a la cabeza. Israel propone enviar uno de sus equipos de operaciones especiales, pero los alemanes rechazan la oferta. Cometen un grave error, ya que la policía de Munich no cuenta con hombres entrenados para este tipo de situaciones.

El equipo negociador está encabezado por el jefe de policía Manfred Schreiber, asistido por Ahmed Touni, el delegado olímpico egipcio. Tras las primeras conversaciones, en las que se ofrece dinero a cambio de la liberación de los rehenes, Septiembre Negro amplía el plazo a 5 horas. Finalmente, la policía finge alcanzar un acuerdo. Secuestradores y rehenes son trasladados, a bordo de 3 helicópteros, hasta lo que ellos creen el aeropuerto internacional de Riem. En realidad, se trata de una base aérea en la que las autoridades alemanas han planeado realizar una operación de asalto. Son las 22:30 del 05/09/72.

La policía alemana ha apostado cinco francotiradores en el aeródromo. Ninguno de ellos posee la preparación necesaria: han sido seleccionados porque practican el tiro al blanco en sus ratos libres, durante el fin de semana. Tampoco cuentan con rifles de precisión, ya que carecen de teleobjetivo y de dispositivos de visión nocturna. Ni siquiera disponen de comunicación por radio para poder coordinar su fuego. Pasadas las 23:00, dos terroristas bajan de los helicópteros y se encaminan hacia el avión que les espera. Cuando descubren que está vacío, corren hacia los helicópteros. En ese momento, la policía ilumina la pista con focos y bengalas. Se da la orden de abrir fuego.

Dos terroristas son abatidos. Otros tres consiguen parapetarse detrás de uno de los helicópteros, fuera del alcance de los focos, y comienzan a disparar contra la policía. Un agente apostado en la torre de control es alcanzado y muere. Los pilotos del helicóptero consiguen escapar, pero los atletas israelíes no tienen tanta suerte. Han sido atados de manos al techo interior del aparato, y mueren sin haber tenido posibilidad alguna de huir.



A medianoche, las autoridades exigen la rendición de los terroristas. Pocos minutos después, un terrorista salta de uno de los dos helicópteros restantes, arrojando una granada al interior del aparato. En la explosión mueren el piloto y cuatro atletas. Mientras algunos terroristas se enzarzan en un tiroteo con la policía, los ocupantes del último helicóptero son acribillados. Resultado final: 11 atletas israelíes, 5 terroristas palestinos y 1 policía alemán muertos; 3 terroristas palestinos detenidos.

Estos son, a grandes rasgos, los hechos conocidos como “la masacre de Munich”. El COI decidió que el terrorismo no podía condicionar la celebración de la Olimpiada, por lo que la competición sólo fue suspendida el día 5 de septiembre, durante las 24 horas que duró aproximadamente la crisis. Al día siguiente se celebró en el estadio olímpico un acto en memoria de los fallecidos. Durante un discurso en el que elogiaba la fuerza del movimiento olímpico, Avery Brundage, el presidente del COI, no hizo referencia alguna a los deportistas asesinados, provocando la ira de la delegación israelí y de mucha más gente. En señal de duelo, la bandera olímpica ondeó a media asta, acompañada por la gran mayoría de las enseñas nacionales. Tan sólo los países árabes exigieron que sus banderas se izaran hasta el extremo del mástil (lo contrario se entendía como una claudicación ante Israel). Los familiares de las víctimas solicitaron al COI que se levantara un monumento en recuerdo de los atletas asesinados, pero su petición fue rechazada, alegando que una referencia tan expresa podría enojar al resto de la comunidad olímpica. Sin comentarios.

La masacre de Munich fue condenada por casi todo el mundo, incluyendo destacadas personalidades del mundo árabe, como el rey Hussein de Jordania. El 9 de septiembre, la Fuerza Aérea Israelí bombardeó las bases de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) en Siria y el Líbano. Este ataque de represalia fue censurado por el Consejo de Seguridad de la ONU, que sin embargo había desestimado una resolución de condena a los atentados de Munich. La policía alemana aprendió tarde de su error y creó la unidad GSG9, un equipo especializado en operaciones de rescate de rehenes. Los tres terroristas supervivientes fueron encarcelados en Alemania, pero fueron liberados después de que Septiembre Negro secuestrara un avión de la Lufthansa el 29 de octubre. Semanas antes de este suceso, el gobierno de Israel ya había decidido tomarse la justicia por su mano. La primera ministra, Golda Meir, había dado órdenes secretas al Mossad: encontrar y ejecutar a los once hombres que planificaron los atentados de Munich. Esta operación sería conocida bajo el nombre Ira de Dios.

La lista de objetivos estaba encabezada por Wael Aadel Zwaiter, que representaba oficialmente a la OLP en Italia. Fue asesinado el 16 de octubre. Después se enviaron varias cartas bomba a sospechosos palestinos residentes en Argelia, Libia, Alemania y Dinamarca, además de a un representante de la Cruz Roja en Estocolmo, sin ninguna víctima mortal. El siguiente en caer fue Mohammad Hamshiri, cabeza visible de la OLP en París, asesinado mediante una bomba instalada en su escritorio y activada por control remoto. Cuatro de sus homólogos murieron durante los tres meses siguientes.



El 9 de abril de 1973 Israel acometió la operación Primavera de Juventud. Los objetivos eran Mohammad Yusuf al-Najjar (Abu Yusuf), Kamal Adwan y Kamal Nassir, todos ellos importantes dirigentes de la OLP. Un grupo de comandos hebreos desembarcó en una playa del Líbano, dirigiéndose posteriormente a Beirut, donde acabaron con los tres palestinos. Daños colaterales: 4 civiles libaneses, 3 turistas sirios y 1 italiano muertos; 29 personas heridas. También volaron el cuartel general del FPLP (Frente Popular para la Liberación de Palestina) en la ciudad y una fábrica de explosivos.

El 28 de junio de 1973, el argelino Mohamed Boudia, jefe de Septiembre Negro en Europa, fue asesinado en París mediante un coche bomba. El 21 de julio, un equipo del Mossad destacado en Lillehammer (Noruega) mató por error a Ahmed Bouchiki, un mesero marroquí sin relación alguna con la masacre de Munich, al que uno de los informadores confundió con Ali Hassan Salameh, miembro de Septiembre Negro. La policía noruega detuvo a cinco agentes israelíes, que fueron condenados y encarcelados. Después fueron liberados y deportados a Israel. El auténtico Salameh fue finalmente localizado y asesinado con un coche bomba el 22 de enero de 1979.

Hoy, 33 años después de los atentados de Munich, sólo uno de los objetivos del Mossad permanece aún con vida (y no dos, como se dice al final de la película). Su nombre es Mohamed Daoud Oudeh, y se le considera autor intelectual de la masacre. El 27 de julio de 1981 fue tiroteado en un comercio de Varsovia, pero sobrevivió al ataque. En los últimos meses ha abandonado fugazmente su escondite para criticar la visión de los hechos que Steven Spielberg, director de “Munich”, ha plasmado en la película que hoy nos ocupa. Sin pretenderlo, ha coincidido con los israelíes, ya que ellos tampoco han podido meter mano en el guión de la película, a cuya versión completa sólo han tenido acceso los actores protagonistas. Su única fuente es la novela “Vengeance” de George Jonas, que ya fue adaptada en 1986, en el telefilme “La Espada de Gedeón”.



“Munich” nos cuenta la historia del grupo al que el Mossad encomendó la operación Ira de Dios, compuesto por cinco hombres bastante dispares: Avner, el jefe del equipo, que acepta la misión convencido de que se hará justicia; Steve, una máquina de matar que nunca cuestiona las órdenes recibidas; Carl, un calculador agente que parece poseer siempre el control de la situación, pero poco a poco irá perdiendo el dominio de sí mismo; Robert, un fabricante de juguetes que en sus ratos libres se dedica a montar artefactos explosivos; y Hans, un anticuario con especial habilidad para la falsificación de documentos.

El reparto está encabezado por un sobrio Eric Bana en el papel de Avner. Le acompañan Daniel Craig (el nuevo James Bond) como el visceral Steve, Ciarán Hinds como el enigmático Carl, Mathieu Kassovitz como el inseguro Robert y Hanns Zischler como el tranquilo Hans. El siempre excelente Geoffrey Rush es Ephraim, único miembro del Mossad que tiene conocimiento de la operación, y Michael Lonsdale es Papa, un extraño personaje que vende información a Avner. En conjunto es un reparto muy sólido, con cada actor muy metido en su papel.

Aparte del buen trabajo actoral, la película cuenta con una estupenda fotografía y un gran montaje, hasta el punto de que las dos primeras horas de la cinta transcurren a un buen ritmo. El relato de Spielberg, rodado con un estilo muy documental (lo que no implica que la historia sea verídica), nos muestra cómo van surgiendo las dudas en el seno del equipo de Avner, que se empieza a plantear la legitimidad de su misión, llegando a exigir a su jefe que le muestre pruebas de la culpabilidad de los hombres que se le ha ordenado matar. La de arena la pone la última media hora, en la que el ritmo decae de forma bastante pronunciada. También ayuda el hecho de que Spielberg haya fraccionado la escena del secuestro, repartiendo los diferentes fragmentos a lo largo de toda la película, en forma de flashbacks. El último de ellos es particularmente extraño, combinado con escenas de cama entre Avner y su señora. Esto es lo que hace que “Munich” se quede simplemente en una buena película.



La polémica está asegurada. A los palestinos no les gusta que los chicos del Mossad sean los protagonistas de la película. A los israelíes les cabrea que los agentes cuestionen las órdenes de sus superiores e incluso lleguen a renegar de su patria. Si dejamos de hablar de cine para empezar a hablar de política, podemos enumerar cientos de argumentos a favor o en contra de “Munich”. Spielberg ya ha sido acusado tanto de iluso pacifista como de violento provocador. También hay quien le ha llamado tergiversador, pero lo que me resulta increíble es que algunos le hayan llegado a tachar de antisemita.

El estreno de “Munich” se produce además en una situación de gran preocupación, dada la reciente (y aplastante) victoria del grupo Hamas en las elecciones palestinas (tampoco olvidemos los orígenes de Yasser Arafat, que no era precisamente una malva cuando empezó a hacerse famoso). Siempre ha habido gente que ha afirmado que el pueblo israelí es responsable de las acciones de sus políticos, ya que los votaron para que ocuparan sus cargos. Me pregunto si ahora, para ser ecuánimes, harán extensiva su opinión al pueblo palestino. Sé por experiencia propia que ambos países comparten un pensamiento acerca de nosotros los occidentales: aseguran que en realidad no sabemos por qué luchan. Puede que sea verdad, pero lo que a mí realmente me preocupa es que puede que ni siquiera ellos (y me refiero a ambos) lo sepan. Hasta que no se den cuenta de que la única solución posible es que algún día aprendan a vivir juntos sin matarse unos a otros, no creo que haya nada que hacer.

Mientras ese día llega (esperemos que así sea), podemos hartarnos de comparar el terrorismo palestino, con sus atentados suicidas y demás variantes, y el terrorismo de estado que practica Israel. Yo creo que ambas conductas son merecedoras de condena, aunque en el caso concreto de Munich ’72 me parece obsceno equiparar el asesinato de once deportistas y el de las personas que planificaron sus muertes. Que quede claro que no pretendo ponerme de parte de nadie. Tan sólo digo que me parece una comparación fuera de lugar.

Tampoco creo que Spielberg tome partido en “Munich”. El mensaje que quiere transmitir es simplemente la inutilidad de la venganza, partiendo de la masacre perpetrada por un grupo de terroristas palestinos y destacando después el cinismo del gobierno israelí, tan preocupado por su imagen que se olvida por completo de las verdaderas víctimas de Septiembre Negro, once atletas que, pase lo que pase, jamás regresarán a casa. Yo también quiero dejar la política al margen, y dedicar esta crítica a aquellos que más perdieron en Munich, los involuntarios protagonistas de esta historia. Para mí no son once israelíes, sino once personas con nombre y apellidos.



Fila superior, de izquierda a derecha: Moshe Weinberg (árbitro de lucha, 33 años); Amitzur Shapira (entrenador de atletismo, 40 años); Yossef Gutfreund (árbitro de lucha, 40 años); Andre Spitzer (árbitro de esgrima, 27 años); Joseph Romano (levantador de pesas, 32 años); Yacov Springer (árbitro de halterofilia, 50 años).
Fila inferior: Eliezer Halfin (luchador, 24 años); Mark Slavin (luchador, 18 años); Ze’ev Freedman (levantador de pesas, 28 años); Kehat Shorr (entrenador de tiro, 53 años); David Berger (levantador de pesas, 28 años).

© Zineman

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