Alejandro Magno

Oliver Stone es un director y guionista tan famoso como controvertido. Para mí es un cineasta cuya carrera ha ido de más a menos, principalmente debido a los excesos que suele cometer. En 1978 escribió el guión de “El Expreso de Medianoche” (con el que ganó el Oscar), una buena película aunque bastante tendenciosa. No es que tenga nada en contra de las películas basadas en hechos reales, si exceptuamos el hecho de que esa etiqueta es muy etérea. De hecho, debe ser así, porque una película es ficción, aunque se inspire en una historia real. Lo contrario ya sería un documental.

Después vendrían los guiones de “Conan el Bárbaro” (en colaboración con John Milius) y “El Precio del Poder”. En 1986, llegaba “Platoon”, que marca el comienzo de su (enfermiza) obsesión por el pasado reciente de los Estados Unidos. Posiblemente es su mejor película, y ganó el Oscar al mejor director. Al año siguiente rodaría “Wall Street”, una película entretenida sobre el hatajo de víboras que se hacen ricos especulando en bolsa. En 1989 volvería a ganar el Oscar al mejor director con “Nacido el 4 de Julio”. Se encontraba en el momento álgido de su carrera, con “The Doors” y “JFK”, una película que es buena pero posee un metraje excesivo, además de alguna que otra trampa, y es que no puede uno tener al espectador tres horas delante de la pantalla para decirle únicamente algo que ya sabía (que Oswald no mató a Kennedy).

En 1994 rodaba “Asesinos Natos”, una película que me sigue pareciendo imposible de entender. De lo peor de Oliver Stone. Más tarde llegan “Nixon” y la refrescante “Giro al Infierno”, en la que creí ver una (a la postre vana) esperanza de recuperación. En “Un Domingo Cualquiera” tenemos una película entretenida a base de escenas de fútbol americano, porque lo que es el guión deja bastante que desear…

Tras otra ligera obcecación, esta vez con Fidel Castro (filmó dos documentales sobre él en poco más de un año), Oliver Stone dirige “Alejandro Magno”, su visión del conquistador macedonio. He de confesar que cuando vi el trailer, hace unas semanas, se encendieron todas mis alarmas (cuando ya el trailer te parece malo, prepárate para lo peor). Sin embargo, Murphy (el de la ley) en el fondo fue un optimista.


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¿Qué nos cuenta “Alejandro Magno”? Pues muchas cosas (insustanciales) y ninguna (importante). La difícil relación de Alejandro con sus padres (que se odian), el triángulo amoroso Alejandro-Hefestión-Roxanne, los problemas de Alejandro con sus generales… En realidad, dejamos a un lado bastantes hechos históricos probados para especular sobre aspectos personales de la vida de Alejandro: acomplejado por su padre, desorientado por su madre, enamorado de su amigo Hefestión… El pobre chaval es un saco de neuras, un auténtico psicótico. De haber vivido hoy en día, se pasaría horas en el diván del psicoanalista.

Se le retrata como un caprichoso desquiciado y paranoico que ganaba sus batallas poco menos que por cabezonería, cuando es de suponer que un hombre que conquista casi todo el mundo conocido ha de ser un estratega político y militar de primer orden, y eso no se refleja en ningún momento de la película. En lugar de eso, se le retrata como una auténtica “locaza” (momento mítico cuando le dice a su madre “Hefestión me quiere tal como soy…”). No estoy en contra de reflejar la más que posible bisexualidad del personaje, simplemente estoy en desacuerdo con el tratamiento que se le ha dado a este tema, porque parece un icono cutre del movimiento gay.

La palabra que define esta película es: repetición. Repetitivas son las escenas de Alejandro con su padre Filipo. Repetitivas son las escenas de Alejandro con su madre Olimpia. Repetitivas son las escenas de Alejandro con su amante Hefestión. Repetitivas son las escenas de Alejandro con su estado mayor.


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Al final nos queda una película carente de ritmo, narrada por un Anthony Hopkins que se salta partes cruciales de la historia, resumiendo años en una sola frase (“…y 3 años después Alejandro había conquistado esto y lo otro…”), mediante planos en los que sencillamente se enfoca el mapa, y sin embargo repitiéndose en otras escenas (la muerte de Alejandro abre y cierra la película). Como brillante colofón, Oliver Stone todavía nos muestra su ramalazo conspiranoico, planteando que Alejandro fue asesinado, lo que es perfectamente factible, pero aquí sólo contribuye a liar más la madeja.

Oliver Stone ha convertido la vida de Alejandro en una telenovela barata, con muy poca batalla y con unos actores que intentan hacer lo que buenamente pueden. La banda sonora es de Vangelis, que no parece haberse enterado de que ya compuso “Carros de Fuego” hace más de veinte años.

© Zineman