25.4.05

[Cine] El Puente Sobre el Río Kwai

Durante la Segunda Guerra Mundial, los japoneses emplearon a varios miles de prisioneros británicos, australianos y neozelandeses como mano de obra esclava para la construcción de infraestructuras militares. Su objetivo no era otro que la invasión de la India, que por aquel entonces todavía pertenecía al Imperio Británico. Uno de sus proyectos más ambiciosos era el puente sobre el río Kwai, situado en el trazado del ferrocarril que debía unir Rangún con la frontera tailandesa.

En 1942, el teniente coronel Philip Toosey, del Cuerpo de Ingenieros del Ejército Británico, había caído prisionero de los japoneses. Desde finales de ese mismo año hasta mayo de 1943, se encontraba al mando de un grupo de prisioneros encargados de construir el mencionado puente (en realidad eran dos: al famoso puente de madera hay que añadir otro de hierro), que habría de servir para trasladar tropas y suministros desde Bangkok hasta Rangún. Pero Toosey se dedicó a sabotear la obra en la medida de lo posible. Sus métodos variaban desde mezclar barro con el cemento hasta infestar el puente con termitas que él y sus hombres recogían en la jungla.

Al frente del campo de prisioneros se encontraba el coronel Saito, un militar muy culto que trataba a los hombres con bastante compasión. Tras la derrota japonesa, Toosey compareció como testigo en el proceso abierto por un tribunal aliado contra Saito, al que se acusaba de crímenes de guerra (como a todos los oficiales japoneses). Su testimonio libró al japonés de la horca. En 1985, diez años después del fallecimiento de Toosey, Saito viajó a Inglaterra para visitar su tumba. Las memorias de Toosey fueron publicadas por el escritor Peter Davies en 1991, bajo el título “The Man Behind the Bridge”.

Tomando como base estos hechos reales, el escritor francés Pierre Boulle (“El Planeta de los Simios”) escribió una novela titulada “El Puente Sobre el Río Kwai”, que narraba la historia de un grupo de prisioneros británicos, capitaneados por un tal coronel Nicholson, que se enfrentaban a un sádico oficial japonés, el coronel Saito, empeñado en construir el puente sobre el río Kwai sin respetar los acuerdos de la Convención de Ginebra (como se puede apreciar, el Saito ficticio es totalmente opuesto al Saito real). Paralelamente, la inteligencia aliada montaba una operación para destruir el puente.

La novela fue un éxito total, e inevitablemente se puso en marcha el proyecto para su adaptación cinematográfica. Varios meses antes de contratar a ningún actor, se comenzó a construir un puente en Ceilán, con un presupuesto de 250.000 dólares (en aquella época no había ordenador). El productor Sam Spiegel quiso contratar al director Howard Hawks, pero éste venía de un fracaso en taquilla con “Tierra de Faraones”, y veía en “El Puente Sobre el Río Kwai” la típica película que encanta a la crítica pero no al público. Como no quería encadenar dos fracasos, declinó la oferta. Spiegel consiguió entonces a David Lean (“Lawrence de Arabia”, “Doctor Zhivago”), que pasaba apuros económicos debido a su reciente divorcio.

El reparto tampoco fue fácil de configurar. El papel del controvertido coronel Nicholson fue ofrecido a Laurence Olivier, que lo rechazó, y después se pensó en Cary Grant, pero al final fue a parar a manos de Alec Guinness, que albergaba no pocas dudas acerca del personaje. Para asegurarse una buena taquilla en el mercado estadounidense, Spiegel convenció a William Holden para interpretar a un prisionero americano (su salario fue una renta vitalicia de 50.000 dólares anuales). Jack Hawkins, como oficial británico de operaciones, y Sessue Hayakawa, como el coronel Saito, completaban el elenco principal.



Para escribir el guión, Spiegel contrató a dos de los guionistas incluidos en la lista negra durante la “caza de brujas” del senador McCarthy, Michael Wilson y Carl Foreman. Sin embargo, para evitarse problemas con la censura, acreditó a Pierre Boulle como autor de la adaptación de su propia novela (una excusa bastante endeble, ya que Boulle no hablaba ni pizca de inglés).


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“El Puente Sobre el Río Kwai” es una de las mejores películas bélicas de la historia del cine. La construcción del puente es el motivo del enfrentamiento entre el coronel Nicholson y el coronel Saito, y esta batalla psicológica se convierte en el hilo conductor de la película. El excelente trabajo de Alec Guinness y Sessue Hayakawa es lo mejor de la cinta, planteando una inquietante pregunta: ¿hasta qué punto ha de dejarse un hombre llevar por su orgullo (el coronel, muy británico él, lo llama principios)? La actitud de Nicholson le lleva a convertirse en alguien tan tirano como el propio Saito, y su ambición por demostrar la superioridad británica le empuja a intentar construir el puente perfecto, sin pararse a pensar que con ello lo único que logrará es beneficiar al enemigo contra el que lucha.



El contrapunto a estos dos lunáticos viene dado por el personaje de William Holden, el americano Shears, antihéroe por antonomasia. Shears no comprende lo más mínimo la obsesión de los británicos por comportarse como héroes, sobre todo en su máxima expresión, es decir, morir por la patria. Todo esto lo resume en una simple línea de diálogo: “Son ambos iguales. ¿Por qué? Morir con honor, según el código, cuando lo único realmente importante es vivir como seres humanos”.

El clímax de la película se alcanza en la escena final, con la destrucción del puente, una espectacular escena que fue rodada con cinco cámaras (es lo que tiene no poder permitirse rodar más que una toma), y que cambia por completo el final de la novela, en la que el puente queda intacto.

La película fue la más taquillera del año y ganó siete Oscars: película, director, actor (Alec Guinness), guión adaptado (aceptado por Pierre Boulle; la Academia rectificó en 1984, premiando con carácter póstumo a Michael Wilson y Carl Foreman), fotografía, montaje y banda sonora. El único que se fue de vacío fue Sessue Hayakawa, nominado como actor de reparto.

En la mente de todos queda la famosa “Marcha del Coronel Bogey”, una melodía muy popular entre las tropas británicas durante la Segunda Guerra Mundial, interpretada por los británicos a su llegada al campo. Para evitar problemas con la censura, David Lean decidió que los prisioneros la silbaran en lugar de cantarla, y quedó como un guiño que sólo unos pocos entenderían realmente. La escena representa el irreverente orgullo de los británicos capturados, ya que la letra es:

Hitler has only got one ball
The other is in the Albert Hall
Himmler has something sim’lar
And poor old Goebbels has no balls at all


© Zineman

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