23.2.09

[CINE] La Chaqueta Metálica

Dentro del género bélico, la Guerra del Vietnam ha supuesto un auténtico filón para el cine estadounidense, que ha intentado durante décadas utilizar la pantalla para obtener una victoria moral, ya que en el campo de batalla no pudo ser.

Durante los años 60 y 70, la contienda generó una gran controversia en el seno de la sociedad yanqui. A raíz del sistema de reclutamiento, descaradamente clasista (recuérdese la estupenda canción “Fortunate Son”, de Creedence Clearwater Revival), y del conocimiento público de algunas atrocidades cometidas por el ejército estadounidense, se creó un creciente clima de rechazo, con continuas movilizaciones en contra de la guerra, en ocasiones encabezadas por veteranos que habían combatido en primera línea y habían vivido los horrores del Nam. Básicamente, los estadounidenses exigían que se les explicara qué se les había perdido en un país tan lejano, y por qué sus hijos tenían que ir allí a luchar y a morir.

En pleno Ecuador de la Guerra Fría, uno de los platos de la balanza sostenía la ya tradicional lucha contra el comunismo, pero en el otro empezaban a acumularse las vidas de muchos miles de jóvenes. Si a esto le sumamos que la guerra se complicaba cada vez más y los Estados Unidos veían acercarse su primera derrota militar, años después de un “empate” en Corea, la cuenta estaba hecha. Entre perder y morir o sólo perder, los padres yanquis escogieron sólo perder, y tener a sus hijos de vuelta en casa.

Era sólo cuestión de tiempo que literatura y cine se contagiaran de este espíritu, y los productos propagandísticos dieran paso a otros más críticos con el país, con la guerra e incluso consigo mismos. De este modo, películas como “Los Boinas Verdes” (más famosa por el gazapo final, en el que el sol se pone sobre el este, que por su valor cinematográfico) cayeron en el olvido y dejaron su lugar, aparte de a multitud de historias de catástrofes, a una serie de historias que tuvieron su máximo exponente en “Apocalypse Now”.

En cuanto a la literatura, empezaron a aparecer libros y novelas que trataban sin tapujos el tema del Vietnam. Una de ellas era “The Short-Timers”, a la que su autor, el marine Gustav Hasford, dio tintes autobiográficos recogiendo parte de sus vivencias en el frente (de hecho, comenzó a escribirla durante su estancia en Vietnam). “Short-timer” es el término que se empleaba para designar a los soldados que esperaban cumplir el tiempo mínimo de servicio (un año, más veinte días adicionales en el caso de los marines) y después regresar a casa.

“The Short-Timers” nos cuenta tres episodios de la vida del recluta James T. Davis, apodado “Bufón” por su sargento instructor. El primer relato corresponde precisamente a sus ocho semanas de instrucción en la Isla Parris; el segundo narra algunas de sus aventuras como corresponsal para la revista de los marines; y el tercero relata una misión en la que participa con un antiguo compañero de la Isla Parris. Existe una segunda parte, titulada “The Phantom Blooper”, que consta de otros tres relatos y fue publicada en 1990, a raíz del éxito de la adaptación cinematográfica de “The Short-Timers”. Estamos hablando, por supuesto, de la penúltima película de Stanley Kubrick, “La Chaqueta Metálica”.

“La Chupa de Chapa”, como es conocida coloquialmente en España, se divide en dos partes que recogen los sucesos narrados en los tres relatos de “The Short-Timers”. Los primeros tres cuartos de hora se dedican al periodo de instrucción del recluta Bufón, para después trasladarse a un Vietnam en el que Bufón lleva algún tiempo sirviendo como corresponsal de la revista “Barras y Estrellas”:

- Ann-Margret y sus acompañantes llegan la semana próxima. Quiero que alguien la reciba en el aeródromo y no se separe de ella en dos o tres días. Rompetechos, te ha tocado.
- Muy bien, señor.
- A ver si le pillas un buen ángulo. Que no quede muy obvio, pero que se le vea el matojo. Y unas gotitas de rocío.


Este segundo segmento funde el segundo y tercer relatos de “The Short-Timers”. A pesar del cambio radical entre uno y otro, que permite considerar la película como la suma de dos mediometrajes (como demuestra el hecho de que podrían funcionar perfectamente por separado), lo cierto es que ambos se complementan muy bien, hasta el punto de que ninguno de ellos destaca sobre el otro.

La historia de la Isla de Parris se apoya en tres personajes: el sargento Hartman, protagonista indiscutible del segmento; el recluta Leonard “Patoso” Lawrence, un pobre paleto que tiene problemas para asimilar la instrucción y se convierte en el blanco favorito de las iras y putadas del sargento; y Bufón, que hace las veces de testigo y narrador. El objetivo de Hartman no es otro que destruir el espíritu de los jóvenes asignados a su cargo, y convertirlos en máquinas de matar carentes de voluntad que obedezcan sin rechistar las órdenes de sus superiores. Lo cierto es que el cabrón es bueno en su trabajo, y sus métodos pueden llegar a resultar, además de impresionantes, graciosos para el espectador. Al menos hasta que llevan a Patoso a perder la cordura, matar a Hartman y suicidarse después.

El servicio de Bufón en Vietnam coincide con la Ofensiva del Tet, la operación planeada por el gobierno de Vietnam del Norte que sorprendió a la coalición del Sur y cambió el sentido de la guerra. Tras un ataque cuidadosamente planeado y ejecutado, las tropas del Norte penetraron ampliamente en el Sur, lo que le dio a los Estados Unidos la excusa perfecta para desplegar todo su poderío militar. En pocos meses se había recuperado todo el terreno perdido, pero a fuerza de destruirlo todo mediante intensos bombardeos, como se puede apreciar en la película. Las bajas del enemigo fueron numerosísimas, lo que desde el punto de vista militar convertía la operación en una victoria, pero dejar el país como un solar supuso una derrota moral tremenda para el pueblo estadounidense. A partir del Tet, la sociedad yanqui empezó a pensar que la guerra no se podía ganar, y a la postre así fue:

- El enemigo ha aprovechado, por medio de engaños, el alto el fuego del Tet para emprender una ofensiva por todo el país. Hasta ahora aquí lo hemos tenido fácil, pero esto parece ser la excepción. Los Charlies han atacado todos los objetivos principales de Vietnam con dureza. En Saigon, comandos suicidas han ocupado la embajada de los Estados Unidos. La ciudad de Khe Sanh está a la espera de una invasión, y tenemos informes de que una división del ejército norvietnamita ha ocupado la ciudad de Hue al sur del río Perfume. En términos estratégicos, los Charlies han cortado en dos el país. La prensa civil se caga de miedo, y hemos oído que hasta Cronkite va a decir que la guerra ya no se puede ganar. En otras palabras, una buena ración de mierda que todos tenemos que probar.
- Señor... ¿quiere eso decir que Ann-Margret ya no viene?


“La Chaqueta Metálica” nos muestra varias experiencias de Bufón durante estos días: el ataque norvietnamita, la contraofensiva estadounidense, el reencuentro con su amigo Cowboy (antiguo compañero en la Isla Parris), y la participación en una misión de reconocimiento durante la que se tropiezan con un francotirador que mata a varios de sus compañeros. En ese momento, la formación militar de los marines se revela inadecuada, ya que se enfrentan a un enemigo invisible, sin frente ni retaguardia.

El reparto está encabezado por Matthew Modine en el papel de Bufón, acompañado por Lee R. Ermey y Vincent D’Onofrio en los papeles de Hartman y Patoso. En la segunda mitad de la película podemos reconocer a Adam Baldwin, en el papel del soldado “Animal”. Dirige Stanley Kubrick, también autor del guión en colaboración con el antiguo corresponsal de guerra Michael Herr y con el propio Gustav Hasford, que debió tener sus más y sus menos con el director, ya que no declinó la invitación para acudir a la gala de los Oscar, aun siendo candidato en este apartado.

No cabe duda de que “La Chaqueta Metálica” es una película muy dura, ya que constituye un retrato absolutamente descarnado del proceso de alienación que sufren los marines, primero durante su periodo de instrucción y después en el frente. Kubrick construye su película como una recopilación de anécdotas vividas o presenciadas por Hasford y Herr, utilizando a Bufón como hilo argumental para dar a la historia el mínimo de cohesión necesario. Se trata del mismo estilo que Martin Scorsese emplearía tres años más tarde en “Uno de los Nuestros”, y con idéntico resultado: hoy en día recordamos “La Chaqueta Metálica” como una película estupenda, rememorando una escena tras otra.

Por encima de todo destaca, sin duda alguna, la figura del sargento Hartman encarnado por Lee Ermey, un antiguo sargento de marines que inicialmente había sido contratado como asesor técnico de producción (supervisó personalmente los decorados que recreaban la Isla Parris) y entrenador de Tim Colceri, el actor que inicialmente iba a interpretar el papel. Después de impresionar a Kubrick con una grabación de quince minutos en la que no cesaba de proferir maldiciones e insultos (y que dejaba la escena inicial de la película a la altura de un episodio de Pocoyó), Ermey consideraba que ninguno de los actores daba la talla para interpretar a Hartman, así que pidió al director que le diera el papel. Cuando éste se negó y se dio la vuelta para marcharse, Ermey le ordenó que no le diera la espalda mientras él le hablaba, y lo hizo con tanta autoridad que Kubrick obedeció instintivamente. En ese momento tuvo claro que Ermey era su sargento Hartman, y el resultado final le dio la razón. La escena inicial en el barracón (en su mayor parte improvisada por Ermey) se basta por sí sola para justificar su elección, pero lo cierto es que toda su interpretación es perfecta, haciendo de Hartman un tipo duro que prácticamente no tiene una sola línea de diálogo que no sea un grito, que apenas pestañea, y que nunca aparece sin su sombrero. Para estimular la dureza del personaje, Kubrick mantuvo a Ermey separado del resto del reparto, y le prohibió confraternizar con sus compañeros durante los descansos entre tomas. En cuanto al pobre Tim Colceri, Kubrick le ofreció como compensación el papel del artillero de helicóptero que se dedica a disparar a todo lo que ve, otra de las escenas más impactantes de la película, basada en una experiencia real de Michael Herr. Desde luego no es lo mismo que interpretar el papel de Hartman, pero al menos no pasó desapercibido, ya que todos nos acordamos de él:



- ¡Cárgate a unos cuantos! ¡Cárgate a unos cuantos! ¡Cárgatelos! ¡Vamos! ¡Así! ¡Eso! ¡Así, así! ¡Cárgatelos! ¡Cárgatelos! ¡Vamos, vamos! ¡Cárgate a unos cuantos! ¡Cárgate a unos cuantos, bonita! ¡Cárgatelos, cárgatelos, cárgatelos! ¡Eso! ¡Vamos! ¡Cárgate a unos cuantos! ¡Cárgatelos! ¡Así! ¡Ya, ya, ya! ¡Ya te tengo, hijoputa! ¡Todos los que corren son vietcongs! ¡Todos los que se paran son vietcongs obedientes! Tendríais que escribir algo sobre mí un día de estos.
- ¿Y por qué tendría que escribir sobre ti?
- Porque soy cojonudo, y no es ningún farol. Yo tengo 157 caras amarillas cargados, y 50 búfalos también. Todos con certificado.
- ¿También mujeres? ¿Y niños?
- Algunos.
- ¿Y cómo has podido matar a mujeres y niños?
- Fácil. Sólo hay que apuntarles un poco mejor, jejejeje… Qué puta es la guerra, ¿eh?


En la segunda parte destacan, aparte de la recién mencionada del artillero del helicóptero, escenas como el encuentro de Bufón con un coronel que le pregunta por qué lleva una chapa con un símbolo de paz en la solapa, las entrevistas a los marines durante el rodaje de un documental, y sobre todo la secuencia del francotirador, con una espectacular recreación de la destrucción causada por la contraofensiva estadounidense. La impresión causada por el sargento Hartman se diluye un poco, ya que en este segmento el protagonismo se reparte entre los distintos actores. Se trata por lo tanto de una trama más convencional, pero indiscutiblemente igual de demoledora, a pesar de que Kubrick descartó algunas escenas muy crudas en la sala de montaje. En una de ellas, los soldados jugaban al fútbol utilizando una cabeza humana como pelota.

Treinta años después de que el joven Kubrick presentara su primer alegato antibélico con “Senderos de Gloria”, el Kubrick maduro volvió a la carga con otra guerra, otro país y otros soldados, pero con la misma fuerza. Han pasado otros veinte años desde entonces y diez desde su fallecimiento, pero “La Chaqueta Metálica” sigue siendo una de sus películas más admiradas, tanto por la crítica como por el público. Y lo que le queda.

Por hoy ya hemos inscrito de sobra nuestros nombres en las páginas de la Historia. Nos largamos hacia el río Perfume para pasar allí la noche. Mi cabeza vuelve a estar ocupada por los sueños eróticos, pensando en el sucio chumino de la chavala y fantaseando con volver a casa para follar todo el día. Estoy tan feliz de seguir vivo, de una pieza y a punto...

Este mundo es una puta mierda, sí... Pero estoy vivo y no tengo miedo.


© Zineman

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