[Cine] El Sargento de Hierro

- ¿Hemos servido juntos?
- No lo sé, señor. El sargento Choozoo y yo estábamos en el 2º batallón del 7º en el 68.
- Yo mandaba una compañía de fusileros en el 7º.
- Seguro que entonces hemos masticado el mismo polvo, señor.
- Ya lo creo. ¿Cuál es su opinión de esta alerta?
- Es una hijoputada.

Pues sí, como la que me han hecho a mí hace poco, sargento. Al igual que todo hijo de vecino, yo también tengo días en los que me apetece mandarlo todo a hacer puñetas. Hoy es uno de esos días.

Después de una larga campaña de desgaste contra mi jefe, junto al que he trabajado durante casi tres años y del que he aprendido gran parte de lo que hoy sé, la gente que dirige (bueno, intenta dirigir, o al menos eso se rumorea) esta mal llamada organización ha conseguido acabar con su paciencia, y el hombre ha pedido la cuenta. Desde este rincón quiero rendirle un modesto homenaje, y agradecerle todo lo que me ha aportado durante estos años.

Supongo que algunos habrían optado por el recurso, bastante facilón él, de “El Club de los Poetas Muertos”, convirtiendo a este señor en su profesor Keating particular y dedicándole el “¡Oh, capitán, mi capitán!”. Otra posibilidad a valorar podría ser “Matar a un Ruiseñor”, opción menos ñoña pero demasiado melodramática, y para “Solo Ante el Peligro” ya es un poco tarde (aparte de que ya hemos hablado de ambas en esta sección). No, el jefe se merece algo más cañero, algo más acorde con su carácter y con el mío, y con lo que le ha tocado vivir. Él se merece a nuestro querido y admirado Clint Eastwood en uno de sus papeles más carismáticos: “El Sargento de Hierro”.

Tom Highway es un veterano sargento del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Es un tío con dos cojones, y lo demuestra desde la primera escena:

- Quiero decir que tengas cuidado. Que tengo mucha mala leche, ¿sabes? Como alambre de espinas y meo napalm, y puedo traspasar el culo de una pulga de un tiro a doscientos metros. Así que vete a machacártela por ahí, cara de perro, antes de que te rompa los morros.

Lo malo es que su problema de actitud le ha supuesto algún que otro contratiempo legal:

- ¡Te voy a meter una multa de cojones! ¡Yo no hago descuentos a los soldados!
- Qué lástima. Tu mujer sí los hace.
- ¡Me cago en…!

Y lo peor, que afecta a su trabajo:

-¿Cuánto lleva de servicio? Unos veinticuatro años, ¿no?
- Unos cuantos más, señor.
- La mayoría de los hombres en su situación querrían el retiro. Estarían pensando en llevar a sus mujeres a un crucero alrededor del mundo. Pero usted no funciona así, ¿no es cierto? Ahora ha decidido molestar al personal de mi oficina exigiendo un traslado a la unidad de combate de la flota de Marines. ¡O sea, la misma unidad de la que le echaron hace unos cuantos años por insubordinación y conducta desordenada!
- Es cierto, señor. Tuve mis divergencias con algunos cuantos maricones…
- ¡Highway!



Sin embargo, Highway se sale con la suya y consigue el traslado. En su nuevo destino se reencuentra con un antiguo compañero de armas, que le advierte sobre el oficial al mando:

- El culo de nuestro oficial de operaciones está tan cerrado que caga por la boca.
- ¿Es de academia?
- Un gran héroe en los campos de rugby.
- Joder… ¿Cuándo cambiará mi suerte?
- Nunca.

En efecto, el tío es un capullo integral:

- Yo todavía no he tenido el gran privilegio de combatir. Hasta hace poco he estado en Intendencia y Logística.
- Una labor que tristemente pocos saben apreciar.
- Desde luego.

El caso es que Highway debe sustituir a un colega jubilado, que se relajó excesivamente durante los meses previos a su retiro y permitió ciertas licencias a los marines que tenía a su cargo. Pero el sargento no tarda en dejar las cosas claras:

- Soy el sargento de artillería Highway. He bebido más cerveza, he meado más sangre, he echado más polvos y he chafado más HUEVOS que todos vosotros juntos, capullos.

Desde el primer día, los chicos de Highway empiezan a sufrir de lo lindo. Al principio intentan deshacerse de él, llegando a recurrir a la amenaza física. Sin embargo, con el tiempo descubren, aparte de que las amenazas no sirven con él, que su nuevo sargento es duro pero justo, y defiende a sus muchachos con la misma intensidad con la que los pincha. Eso sí, a pesar del trabajo diario de instrucción y de las enganchadas con su superior, a Highway aún le queda tiempo para asistir a fiestas de la “empresa”:

- Odio este tipo de reuniones.
- Te va a encantar. Se te ha pedido que vengas a casa del comandante de la unidad anfibia con uniforme de gala.
- Joder, qué rollo…
- Tienes que ir, sargento de artillería Thomas Highway. Vístete con esmero y con todas tus medallas para que puedan ver a un héroe gilipollas vivo, y no en un ataúd como es costumbre.
- Busquemos el bar.
- Buena idea.



Y desplegar su encanto:

- ¿Cómo hay que beber en una fiesta como esta? ¿Hay que sacar el dedo meñique?
- Todo menos abrirse la bragueta y sacar la chorra.
- ¡Eh! ¿No hizo eso J.J. Johnson en una fiesta del cuerpo femenino del ejército en San Diego?
- Nooo, fui yo. J.J. enseñó el culo a la jefa de enfermeras en China Beach.
- Bueno, pues te propongo un brindis por J.J. y los trozos que no pudimos encontrar de él.
- Jejeje. Era un tío graciosísimo.
- Lo jodido de estas fiestas es que tienes que procurar hablar muy fino.

Al final Highway consigue convertir a sus chicos en una unidad de marines como Dios manda y retirarse por la puerta grande, después de culminar con éxito una operación de rescate de rehenes estadounidenses y sacar una última vez de quicio a su superior:

- ¡Levántese usted, Highway!
- Con el debido respeto, señor, se me están empezando a inflar los cojones.

Todo esto hace de “El Sargento de Hierro” una de las películas más simpáticas de la carrera de Clint Eastwood, director, productor y protagonista absoluto de la cinta, convertida en una feroz crítica al ejército estadounidense, retratado como una empresa vulgar y corriente, dominado por la burocracia y descuidado con sus soldados. Una película que tiene ya más de veinte años, pero que nunca nos cansaremos de ver.

Por supuesto, mi jefe es una persona culturalmente más avanzada que el Sargento de Hierro, y jamás ha recurrido al combate físico, aunque no es precisamente de esos que se andan por las ramas. Huelga decir que tampoco lo recibimos con recelo ni chulería, ni azuzamos a un gigantón de dos por dos metros modelo “eclipse” para que intentara darle una paliza. Pero sí que ha sido un jefe exigente, comenzando por él mismo, y constantemente preocupado por el cumplimiento del deber y por el continuo aprendizaje de sus subordinados (palabra que por cierto jamás ha utilizado, presentándonos siempre como sus colaboradores). Nos ha llamado la atención ante los errores que hemos cometido, y nos ha defendido a capa y espada cuando hemos necesitado su ayuda. Sí, definitivamente creo que puede decirse que él ha sido nuestro sargento Highway.

Cuando se trabaja con personas llenas de ilusión, pero que al mismo tiempo, al igual que un grupo de soldados, son disciplinados y están acostumbrados a obedecer las órdenes que reciben (y por esa regla de tres, esperan que se ejecuten las instrucciones que ellos mismos imparten), se crean en este grupo relaciones que difícilmente aparecen en otras organizaciones. Estas relaciones humanas son una combinación de disciplina, respeto, compañerismo y voluntad de trabajo, todo ello sazonado con cierta reverencia, estimación personal y, la verdad sea dicha, sacrificio. Todo esto ha constituido, durante los últimos casi tres años, el núcleo de nuestro equipo bajo la dirección del jefe.



En cuanto a los causantes de la actual situación, podría aprovechar este foro para despacharme a gusto, pero sinceramente creo que no vale la pena. Con el tiempo, la tristeza y la rabia iniciales dan paso a una más sana aceptación, y como bien ha resumido el jefe, “ellos se lo pierden”. Sin embargo, sí que entonaré el “Arrieritos somos…”, recordando las sabias y elegantes palabras de Jimmy Durante: Pórtate bien con la gente que encuentres en tu camino hacia arriba, porque te la volverás a encontrar en tu camino hacia abajo. Y todo lo que sube baja, chavales.

Pero quedémonos con lo bueno, que a la larga es lo único que por suerte permanece. Trabajar con este caballero ha sido una experiencia enriquecedora y un auténtico privilegio. Por mi parte, sólo espero haber sabido corresponder su confianza con la lealtad que se merece.

Muchas gracias por todo, jefe. Buena suerte, y ojalá nuestros caminos se vuelvan a cruzar en el futuro.

- Semper fidelis.

© Zineman