9.2.09

[Cine] El Diablo Sobre Ruedas

Meses después de su estreno, aún sigo arrastrando la decepción por “Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal”, y mantengo a Steven Spielberg en régimen de libertad condicional. El camino del perdón pasa inevitablemente por recordar su valiosa contribución al mundo del cine, de la que nos hemos hecho eco en varias ocasiones. Por esta sección han pasado algunas de sus mejores películas, como “La Lista de Schindler”, “En Busca del Arca Perdida”, “Indiana Jones y el Templo Maldito”, “Indiana Jones y la Última Cruzada”, “E.T. el Extraterrestre” y “Salvar al Soldado Ryan”. También hemos hablado de algunos de sus trabajos menores, como “La Guerra de los Mundos”, “Munich” y “La Terminal”. Sin embargo, hoy nos remontamos a sus orígenes.

Los años 60 fueron testigos del nacimiento de una interesante generación de cineastas que habían crecido entre muchas joyas del cine clásico y las primeras series de televisión. Su cariño por el cine los llevó a ingresar en la universidad para cursar los estudios de ciencias y artes cinematográficas, y con el tiempo han pasado a formar parte de la leyenda que tanto admiraban desde su infancia. Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y George Lucas son sólo algunos ejemplos.

A finales de aquella década, la MCA, compañía propietaria de los estudios Universal (algunos recordaréis el subtítulo “An MCA Company” que se podía ver en la versión sesentera de su logo), está dirigida por Sid Sheinberg. En el transcurso de una búsqueda de nuevos talentos, este señor toma la arriesgada decisión de fichar a un joven universitario que aún no ha concluido sus estudios, y que responde al nombre de Steven Spielberg. Su trabajo consiste en dirigir episodios sueltos de diversas series, debutando con un capítulo de “Night Gallery” protagonizado nada menos que por Joan Crawford.

Paramos un momento, y retrocedemos al 22 de noviembre de 1963. El escritor Richard Matheson regresaba a casa después de jugar al golf con su colega y amigo Jerry Sohl. Mientras viajaban en coche e intentaban digerir la noticia del asesinato de Kennedy, sufrieron el acoso de un camionero durante un par de horas. Tras llegar a poner en peligro sus vidas, el camión desapareció sin dejar rastro, y ninguno de los dos escritores volvió a verlo jamás. El suceso le sirvió a Matheson de base para escribir un relato breve, “Duel”, en el que el conductor de un turismo narraba cómo un gran camión articulado intentaba matarlo. Al principio intentó venderlo como guión para una serie de televisión, pero todos los estudios a los que acudió desecharon la idea por considerarla pobre. Finalmente, se publicó en la revista “Playboy”, en forma de novela corta.

Volvemos a donde estábamos. Spielberg sigue dirigiendo episodios sueltos de unas cuantas series, e intentando superar los inconvenientes que le crea su juventud. La cosa no es fácil: la media de edad de la gente que trabaja en televisión supera los cincuenta años, y algunos de ellos han trabajado en Hollywood con algunos de los mejores actores y directores de la historia del cine, así que no toleran muy bien a los jóvenes, especialmente si son “el capricho de Sheinberg” y se han convertido, con veinte años, en la persona más joven que firma un contrato con la Universal.

En esas estamos cuando la ayudante de Spielberg le recomienda un relato que ha leído en “Playboy” (no, no sé qué hacía esta mujer leyendo “Playboy”), sobre un coche perseguido por un camión que intenta acabar con él. A Spielberg le encanta la historia, y la compara con una película de Hitchcock, algo así como “Psicosis” o “Los Pájaros”, pero sobre ruedas. Su ayudante le informa entonces de que hay un proyecto para convertir el relato en un telefilme, que será rodado por la Universal y emitido en “La Película de la Semana” de la ABC. De hecho, Richard Matheson está trabajando ya en el guión, y la producción corre a cargo de George Eckstein. Sin explicarle qué hace leyendo “Playboy”, su ayudante le recomienda que hable con Eckstein, ya que aún no tienen director y ella cree que Spielberg es el hombre ideal.



Ni corto ni perezoso, Spielberg llama a Eckstein para interesarse por el puesto de director, y consigue una cita con él, a la que se le pide que lleve muestras de algún trabajo suyo. Spielberg coge un montaje de “Asesinato según el libro”, primer episodio de la nueva temporada de “Columbo”, que aún no se ha emitido en televisión, y se presenta en el despacho de Eckstein. La cita concluye con el tradicional “Ya te llamaré”. Tres días más tarde recibe la llamada, el guión de Matheson y el encargo de ponerse a trabajar inmediatamente.

El proceso de casting es, para qué engañarnos, corto. Sólo hay un papel significativo y es el del protagonista, David Mann. Cuando Spielberg ve el nombre de Dennis Weaver en la lista de candidatos, insiste en contratarlo cuanto antes, confesándose impresionado por su trabajo en “Sed de Mal”. A pesar del acuerdo verbal, su tranquilidad no será completa hasta la tarde anterior al comienzo del rodaje, cuando Weaver estampa su firma en el contrato. Mmmmm… Tal vez deba corregir lo que he dicho antes, ya que hay otro papel muy importante, que corresponde al camión. En este apartado se realiza otro casting en toda regla, y de entre todos los modelos que se le ofrecen, Spielberg escoge un Peterbilt 281 de 1950.

La siguiente pelea de Spielberg es para conseguir rodar la película íntegramente en exteriores, ya que la intención del estudio es filmar la mayor parte de los primeros planos de Dennis Weaver en plató, con pantalla al fondo. Sí, una pantalla de esas que nunca se corresponde con el movimiento del volante y que canta más que los Rolling Stones. El diseñador de producción recoge el guante y se compromete a consentir un rodaje íntegro en exteriores si Spielberg cumple escrupulosamente los objetivos de los tres primeros días del plan de rodaje, que consta de un total de diez jornadas. Como el chico cumple con su parte, se le permite completar su película en las carreteras del estado de California, aunque al final se excede un poco y termina su trabajo tras trece días de filmación.



No acaba ahí la presión. La fecha de estreno en la ABC se acerca peligrosamente, así que se contrata un equipo de cinco montadores para poder cumplir con la fecha designada. El resultado final son 73 minutos que cosechan un enorme éxito de audiencia, tanto que la Universal decide rodar diez minutos adicionales para alargar el metraje y estrenarlo en cines, tanto estadounidenses como europeos. Pero lo más importante es la presentación en sociedad de un nuevo talento: Steven Spielberg.

“El Diablo Sobre Ruedas” recuerda, efectivamente, al mejor Hitchcock. Comienza de forma muy original, con una por entonces novedosa cámara subjetiva que nos muestra el recorrido del automóvil desde el garage de la casa de David Mann hasta la llegada a la carretera. Durante esta escena no se escucha más que la radio, cuya insustancial programación sirve en cierto modo de adelanto, antes de que conozcamos el rostro y la forma de ser del protagonista. Lo cierto es que David Mann da la impresión de ser un piltrafilla de cuidado, que se deja pisotear por cualquiera con tal de evitar meterse en líos.

Pero todo cambia cuando un camionero decide jugar al ratón y al gato con él, intentando que se estrelle con un coche que se aproxima en dirección contraria, para empezar. Luego pasa a tácticas más agresivas, intentando echarlo de la carretera una y otra vez. Al principio, Mann intenta adelantarlo y olvidarse de él. Cuando reaparece, intenta dejarle ganar metros para que desaparezca de su vista. Como esto tampoco funciona, decide parar a comer en una cafetería, donde descubre que el camionero también se ha detenido. Ante esta situación, intenta deducir cuál de los clientes es su perseguidor para buscar una solución a tan absurdo conflicto. Después intenta denunciarlo a la policía, pero no llega a terminar la llamada telefónica porque la cabina sufre “un pequeño percance”. Al final llega a la conclusión de que se trata de una pelea a muerte, de que sólo hay una forma de terminar con tanta locura y de que, por primera vez en su vida, va a tener que echarle un par de bemoles.

La película se beneficia mucho del rodaje íntegro en exteriores tan perseguido por Spielberg, ya que le da mucha verosimilitud a la historia y contribuye a aumentar el suspense de cara al espectador. El uso de planos de baja altura incrementa la sensación de velocidad, y la maestría de los especialistas nos permite disfrutar de escenas en las que los vehículos se aproximan de manera bastante inquietante. Cuando Carey Loftin, que interpreta al conductor del camión, preguntó a Spielberg cuál era la motivación de su personaje, el director fue bastante conciso: “Eres un sucio, podrido y malvado hijo de puta”. Loftin sonrió: “Muchacho, has contratado al hombre idóneo”. Años más tarde, Spielberg fue más explícito, comentando en una entrevista que el camionero es un asesino en serie, y su objetivo es acabar con un coche en cada estado (si os fijáis, ha ido colocando las matrículas de sus víctimas en la parte delantera del camión).



Casi cuarenta años más tarde, “El Diablo Sobre Ruedas” sigue conservando toda su fuerza, y se ha convertido en materia de estudio obligatorio en las escuelas de cine, recordándonos que teniendo talento se pueden hacer auténticas virguerías con unos pocos medios. Spielberg cogió un coche, un camión y una carretera, y fabricó una obra maestra del suspense (cuatro años más tarde repetiría la jugada con un tiburón, un barco y el océano). Sin embargo, hoy en día es difícil encontrar películas como esta. Supongo que los estudiantes de hoy se esfuerzan bastante menos que los de entonces.

Para terminar, y a modo de curiosidad, os comentaré que el camión aún existe. Debido a que el motor del Peterbilt comenzó a dar problemas a mitad de rodaje, el estudio compró un segundo vehículo, un modelo de 1960 que a simple vista parecía idéntico al primero. Con él se rodaron algunas escenas, y se convirtió en el único superviviente después de que su compañero protagonizara la escena final, en la que se despeñaba por el barranco. Actualmente es propiedad de un friki de Missouri que se lo compró a otro friki de California allá por 2004, y lo mantiene en buen estado por cortesía de su propio bolsillo. No puedo evitar sentir cierta simpatía por él. Supongo que de haber sucedido en España, el camión habría sido expropiado por el Ministerio de Incultura (por cortesía del Sr. Público, de nombre Erario) y estaría guardado en algún garaje, cogiendo polvo y criando óxido. Y eso siendo mejor actor que otros muchos…

© Zineman

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1 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

menudo ataque de acidez final......con lo aséptica que te estaba quedando la crítica, Queluca

09 febrero, 2009 12:17  

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